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Cocina

lunes, 2 de octubre de 2023

Oktoberfest: nos vamos a Alemania

¿Qué tiene de especial esta fiesta muniquesa (el “Festival de octubre”, que se celebra sobre todo a finales de septiembre) para atraer a más de 7 millones de visitantes al año y ser imitada en cientos de ciudades de todo el mundo? Pues probablemente su sencillez, una característica que comparte con la mayor parte de la cocina alemana que llega hasta nosotros.


Sentarse. Beber, comer, cantar, brindar; beber, comer, cantar y brindar de nuevo. Te levantas para ir al baño. Te vuelves a sentar para beber, comer, cantar y brindar. Y así durante 15 días. Celebrar el Oktoberfest es así de fácil. Unos bancos corridos de madera, una orquesta tocando aires tiroleses, mucha, pero mucha, cerveza, mucha, pero mucha, comida y ya tienes montado un Oktoberfest. Una fórmula tan sencilla es muy fácil de replicar y es un aliciente muy goloso para el sector hostelero, por eso no es de extrañar ver grandes sucursales del Oktoberfest en Londres, Suiza, Estocolmo, Viena, Canadá, América Latina y, en menor escala, también en nuestro país.

Esta celebración nació en octubre de 1812 con ocasión de la boda de Luis I de Baviera con Teresa de Sajonia. Fue tan grande el éxito que se decidió repetir en años posteriores (la fiesta, no la boda). Al principio eran solo carreras de caballos, la cerveza vendría 8 años después de la mano de 6 fábricas de Múnich, las únicas autorizadas a montar su carpa en el Oktoberfest. Con los años su popularidad ha ido creciendo hasta llegar a las cifras asombrosas de la actualidad: durante estos días la población de Múnich aumenta en un 600% y se consumen más de 8 millones de litros de cerveza.

La impresión general al entrar en una carpa en su pleno apogeo es estar asistiendo a una fiesta vikinga, pero que no llega a salirse de madre gracias a que la disciplina germánica impone ciertas reglas sagradas: jamás te atenderán si no tienes un sitio asignado en una mesa; está prohibidísimo ponerse de pie en las mesas y si haces el patoso, especialmente con las camareras (que bastante tienen con acarrear hasta 12 jarras de grueso cristal llenas de cerveza en cada viaje), serás expulsado sin contemplaciones. De fondo siempre sonará una orquesta tocando aires de la zona, y en el momento en que se toque una cancioncilla llamada “Ein Prosit” tooodo el mundo tiene que brindar y beber. Por lo que sea, las orquestas están obligadas por contrato a interpretar ese tema un cierto número de veces.

Y también se come, claro. Y aquí ya nos asomamos a las esencias de la comida alemana, sencilla y contundente, pero muy divertida de comer y perfecta para ocasiones como esta. El pollo asado es sin duda el gran protagonista en el Oktoberfest. Irresistible, como siempre que se hace girándolo al fuego sin prisa: crujiente por fuera, tierno y jugoso por dentro. Le sigue muy de cerca en popularidad el codillo. Una pieza perteneciente al jamón del cerdo, en este caso blanco, que se puede consumir cocida, pero que adquiere un carácter excelso en su versión asada. Se colocan en las mismas máquinas en las que se asan los pollos, de manera que gran parte de su grasa se derrite y se elimina y nos deja un codillo increíblemente crujiente y sabroso. Tal vez no sea lo más sano para comer todos los días, pero desde luego merece la pena probarlo (nota curiosa: codillo en alemán se dice Eisbein, que significa pierna de hielo. Esto se debe a que en antigüedad se utilizaba el hueso de la pierna del cerdo para patinar sobre hielo).

Las guarniciones son otro de los puntos fuertes de la comida alemana. Todos conocemos el puré de patata, que puede hacerse con la patata cocida o, si queremos un plus de sabor, con la patata cocinada al vapor y siempre con su piel. Hay quien lo prefiere más fluido, pero la versión auténtica y favorita del puré de patata es más bien compacta y con la cremosidad que le aporta la mantequilla.

Para compensar este exceso calórico, también encontramos acompañamientos muy populares de la cocina alemana que también han traspasado las fronteras, como el sauerkraut (chucrut para los amigos), a base de col fermentada con un sabor muy peculiar (lo amas o lo odias), o la ensalada de col. También es muy apreciada la ensalada de patata, que en España se ha abierto un hueco por méritos propios entre los platos típicos del verano. Aquí la llamamos ensalada alemana; allí la llamarán ensalada de la tierra, supongo. 

No se puede hablar de comida germana sin hablar de las salchichas y ningún país tiene tanta variedad, ni desde hace tanto tiempo. Hay muchísimo donde elegir: Más o menos especiadas más o menos picantes de diversos colores, tamaños, formas y orígenes. Lo que tienen en común es su origen, nacido de la comida de aprovechamiento, como en tantas ocasiones. De la necesidad de aprovechar hasta el último fragmento de carne del animal sacrificado, nació un producto universal (de hecho, una de las salchichas más populares, la bratwurst, viene de la palabra Brät que en el idioma antiguo alemán significa “sin desperdicio” y Wurst que significa “embutido”). Y, sumando necesidad a la necesidad nació una de las variantes más populares; cuentan que la currywurst surgió en Berlín, en la postguerra, cuando Herta Heuwer, dueña de un puesto callejero de salchichas, no tenía con qué acompañarlas y logró obtener kétchup y curry en polvo de unos soldados británicos. La mezcla salió bien y hoy es un clásico de la cocina callejera. Hay muchas formas de cocinar las salchichas,  algunas más saludables que otras: a la parrilla, cocidas, a la plancha… es interesante salirse de la típica Frankfurt para pasearnos por la geografía alemana a través de este embutido.

Además de estos platos universalmente conocidos, encontramos otros muy sugerentes como el schnitzel, gran protagonista de los menús del día alemanes, consistente en un fino filete de ternera empanado con patatas fritas. Nos suena de algo, ¿verdad? Alemanes, austriacos, italianos y españoles nos disputamos el origen de esta delicia.

También hay recetas más serias y elaboradas, como el sauerbraten, a base de carne que está marinada entre dos y diez días en una mezcla de vino, vinagre y especias que le prestan un sabor inconfundible, o el rouladen, la versión alemana del cordon bleu, una deliciosa mezcla de tocino, cebolla, mostaza y pepinillos envueltos en rodajas de carne de res o ternera. Es uno de los platos favoritos de los alemanes para ocasiones especiales.

Conclusión: no hace falta ir a Alemania para conocerla mejor. Te invitamos a indagar en una gastronomía que da más de lo que puede parecer a simple vista y a intentar hacer alguna de sus recetas. Ya sabes que entre la amplia gama de productos Vitrinor  siempre encontrarás al aliado perfecto para acompañarte en este viaje.